El realineamiento político: cuando la izquierda expulsa a los suyos
La adhesión del expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle a la candidatura de José Antonio Kast constituye un fenómeno político de mayor trascendencia que las reacciones emocionales que ha suscitado. Este hecho evidencia la consolidación de un realineamiento que trasciende las adhesiones individuales y revela las fracturas estructurales de la centroizquierda chilena.
La demolición programática de la Concertación
El quiebre de la antigua centroizquierda no encuentra su origen en la fallida Convención Constitucional, sino en un proceso anterior de autodestrucción ideológica. La propia izquierda dinamitó sistemáticamente la legitimidad de los gobiernos concertacionistas, adoptando un discurso que deslegitimaba dos décadas de estabilidad institucional y crecimiento económico sostenido.
Este proceso de revisión histórica convirtió los logros de la transición democrática en objeto de escarnio público. El crecimiento económico fue reinterpretado como desigualdad estructural, los consensos democráticos como pactos vergonzosos y las reformas graduales como insuficiencias morales. La consecuencia inevitable fue el desarraigo de toda una generación política que había construido la institucionalidad democrática post 1990.
El sectarismo constitucional y sus consecuencias
La Convención Constitucional representó la culminación de este proceso destructivo. El nuevo progresismo canonizó la tesis de que la refundación total constituía la única salida moralmente aceptable, relegando a la irrelevancia política a quienes habían garantizado la estabilidad democrática durante veinte años.
El rechazo sistemático a figuras como Ricardo Lagos, símbolo del equilibrio entre crecimiento económico y políticas redistributivas efectivas, ilustra la profundidad de esta fractura. La izquierda optó por la pureza ideológica antes que por la reconstrucción de una coalición de centro viable.
La reacción institucional y sus errores tácticos
La decisión de la Democracia Cristiana de suspender a Frei constituye un error táctico de proporciones considerables. Esta medida disciplinaria reactualiza el complejo de superioridad moral que caracteriza al oficialismo actual, donde el disidente es considerado traidor antes que interlocutor legítimo.
Para José Antonio Kast, estas reacciones airadas representan un activo político invaluable. Cada suspensión, cada columna indignada, refuerza el relato de una izquierda intolerante que confunde la política con el catecismo moral. En este contexto, Frei resulta más útil como espejo de las contradicciones progresistas que como militante individual.
El fenómeno de los conversos y su significado
Junto a Frei, figuras destacadas de la centroizquierda como los exministros Maldonado y Rincón han optado por el respaldo a Kast. Este fenómeno trasciende las adhesiones oportunistas y refleja un sentimiento de desarraigo incubado desde 2019, cuando el progresismo decidió que la historia nacional comenzaba con su llegada al poder.
La paradoja resulta evidente: quienes fueron sistemáticamente despreciados por la izquierda post estallido encuentran refugio en la única coalición que no los interpela desde la superioridad moral. Kast no los seduce mediante promesas; simplemente no los insulta ni cuestiona su legitimidad histórica.
Las lecciones del realineamiento
El apoyo de Frei a Kast no constituye una traición al legado concertacionista, sino la formalización de un divorcio largamente anunciado. Ese legado había sido previamente expropiado por el propio sector progresista, que optó por la demolición antes que por la renovación.
Los resultados de la primera vuelta electoral confirman el desfondamiento del voto moderado y la estrechez del margen para continuar con sermones moralizadores. La izquierda debe comprender que, en política, las ofensas deben hacerse todas de una vez. Al aplicarlas lentamente contra sus propios expresidentes, generó las condiciones para que uno de ellos devolviera el gesto con efectos multiplicadores.
Este realineamiento político evidencia que, más allá de las adhesiones individuales, existe un sector significativo del electorado que rechaza el sectarismo ideológico y valora la estabilidad institucional por encima de las promesas refundacionales. La derecha, astuta, comprende que el converso vale menos que la furia del templo que lo expulsa.